La historia de un hombre que llegó más lejos de lo que los demás creían.


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Es hora de zafarnos las ataduras y gritar a los siete vientos quiénes somos. Ahora es el tiempo de cambiar, de romper los paradigmas y tumbar las estructuras, luego sería tarde. La puntualidad con que brotan los auténticos anhelos es precisa, y cuando se alcanza la edad suficiente para buscarlos es riesgoso postergarlos.

Hoy es momento de vencer las creencias que nos cercan y las tradiciones que nos confinan. Infrinjamos los dichos populares, esta es la única oportunidad para demostrarnos que somos vehementes, que la pasión nos desborda cuando nos dedicamos a lo que nos embelese, porque es sólo con los sentidos cautivados cuando nos percatamos que los designios del corazón, por imposibles que parezcan, están en nuestras manos. Exclusivamente de nosotros dependen.

A los ocho años, cuando empezó a hojear el Atlas que le regaló su madre, Emilio Scotto decidió que recorrería el mundo. Hasta los veintinueve años ignoró cómo; el día que cumplió treinta partió de su casa en motocicleta con unos cuantos ahorros y regreso una década después, con casi 750,000 kilómetros y dos vueltas al planeta.

Previamente, cuando comenzó a tener sueños, quiso ser astronauta, pero cuando vio en la televisión que el Apolo 11 se posaba en la Luna, sintió que le habían robado algo y lloró. “Ustedes tienen la Luna”, se dijo y miró celoso a los que bajaron de la nave. “Yo tendré el mundo”.

Transcurrían los años y Emilio aseguraba que conocería todos los países del mapamundi, pero nadie le creía o le prestaba atención. Sin embargo, él se veía caminando a los pies de las montañas de África, montando un elefante en India y navegando el Amazonas rodeado de tribus indígenas: “Lo visualizaba y lo sentía, hay que creer para ver”.

El día que cumplió veintinueve se fijó un plazo de un año para ir en busca de su sueño, convencido de que si no luchaba por conseguirlo, aun en contra de las circunstancias, nunca lograría ser feliz. “Los eventos se acercan cuando les pones fecha”, asegura. Y tiene razón, en su cumpleaños número treinta partió.

Aquel día que lo abandonó todo, excepto a él. Cuando dejó su pueblo y su entorno atrás, sabía que nada volvería a ser igual. Estaba cambiando su destino, determinado y convencido, aferrado a su anhelo como un tesoro que nadie podía quitarle. Lo que los demás opinarán daba igual, nada importaba tanto.

“Minutos antes de irme, me vi reflejado en el vidrio de una ventana, alcé mi mano y me despedí.  En el fondo sabía que ya nunca volvería a ver a ese Emilio Scotto del reflejo. Comenzaba una nueva vida, llena de cambios, sin posibilidad de retorno”.

Afortunadamente, Emilio cargó consigo algo fundamental que logró preservar por algunos años y que lo llevó a convertir su sueño en realidad: la inocencia del niño que soñaba con viajar: “La inocencia es el desconocimiento de lo imposible, y creer que cualquier cosa se puede es el principio para conseguirla”.

El propósito de la travesía no era solamente atravesar países o sumar kilómetros. Como suele suceder con las proezas más memorables y dignas, la aventura de Emilio Scotto llevaba una intención bien fija: descubrirse a sí mismo conforme descubriera el mundo. Cada trayecto de su viaje era un paso a su futuro.

Como todo aventurero, durante su recorrido enfrentó complicaciones y situaciones muy difíciles, estuvo a punto de abandonarlo todo, de darse por vencido. Pero, narra, “entonces aparecía esa fuerza, esa energía cargada de emociones indescriptibles que empujaban mis pensamientos a producir una fuerza positiva que me ayudaba a salir de los aprietos, o a manifestarse en una emoción tan grande que al final encontraba una vibración igual, y con eso vislumbraba la solución y partía guiado hacia otra nueva aventura. Fue como si el Universo me absorbiera”.

Para Emilio resulta evidente que existe una ley sobrenatural que soporta a todo aquel que de corazón se compromete con su verdad, y para activarla, explica, es necesario enfocar nuestra presencia en el presente y despreocuparnos del futuro. Así, dice, se solventa el porvenir.

“Para llegar lejos hay que concentrar la atención en el camino y desviarse lo menos posible. Cada día, cada kilómetro que avances en tu vida, descubrirás esa fuerza maravillosa que te llevará más y más lejos, a lugares remotos que has soñado desde tu niñez y hasta alcanzarte a ti.

”Un día que conducía eufórico y a toda velocidad por una carretera vacía, asumí que la verdadera libertad consiste en la emancipación del espíritu. Ahora cuando recuerdo que me llevo dentro, surge una confianza que aumenta al aceptar que dependo exclusivamente de mí, porque ni siquiera las estrellas determinan el destino.

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”Confiar en ti mismo es lo más sagrado que tienes y nadie puede desapoderarte de eso. Nunca bajes los brazos.  Sé un guerrero. Los sueños desacomodan el orden de la lógica, lucha por ellos y exprésalos. Ya que los tienes claros y les dedicas tiempo es importante difundirlos de alguna forma, con sus respectivas reservas, por supuesto”.

Antes de comenzar la travesía, Emilio temía lo que sería de él en el futuro. Pensaba en los riesgos y en el complicado transcurrir de los días. A pesar de que lo deseaba tanto, el panorama lucía abrumador. Sin embargo, finalmente descubrió que lo más difícil de su viaje fue dar el primer paso, el que nos atornilla al suelo.

“El primer minuto de mis diez años de viaje en motocicleta a través de doscientos setenta y nueve países, fue el de mayor miedo. Una vez roto el témpano el agua fluyó como un torrente, y sólo seguí la corriente.  Cuando llegué de regreso a casa, después de haber recorrido casi 750,000 kilómetros sobre mi moto, supe por fin lo más importante de todo: cuánto me faltaba todavía por conocer. 

Suele decirse que si quieres conocer la verdad sobre alguien, debes encontrar su sueño y seguirle el rastro hacia atrás.  Mi rastro está ahí, marcado en algún camino, y lo que mostrará será que no fue heroísmo, sino un poco de locura y mucha suerte.

”Pero en mis huellas también hay grabado un mensaje: Todos estamos en busca de algo, pero lo más importante de todo es el amor.  Sin amor, no importa lo que encontremos”.

Emilio Scotto decidió ponerle fin a su viaje cuando pensó que la satisfacción humana no se halla en el futuro.”[1]

(Texto basado en una historia real y extraído de la novela El trompetista).

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La historia de un hombre que llegó más lejos de lo que los demás creían. was originally published on FJ KOLOFFON


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