El entrenamiento de la vida, los elíxires mágicos y el Pandatón.


Hace unos días empecé mi entrenamiento para el próximo maratón de la Ciudad de México. Llevo más de trece años corriendo, pero nunca antes había entrenado. En mi vida me he distinguido por ser bastante autodidacta y correr no ha sido la excepción. Me gusta hacerlo en absoluta libertad, a mi ritmo, a solas, sin presión, como Dios me dé a entender o según despierte con ganas de ir rápido o lento, o de recorrer una ruta plana o con cuestas. Me gusta correr como me plazca, y la verdad es que no está mal correr así nada más, sin instrucción, sin disciplina ni supervisión. No siempre y cuando no se trate de un maratón, por lo menos en mi caso. En 2013 corrí mi primer maratón y, ahora, este año que participaré en mi segundo, no quiero que me pase lo mismo que aquella ocasión, cuando acabé de puro milagro. Por eso, luego de que mi esposa sabiamente me insistiera, decidí prepararme con un entrenador. Este fin de semana que viene me tocan 28 kilómetros y he decidido correrlos en el mismísimo Pandatón que tendrá lugar este domingo 14 de junio.
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El Pandatón es una peculiar carrera que organiza Lalo López. Lalo López, a quien considero mi amigo a pesar de que sólo nos hemos visto una vez en la vida, es un tipo igualmente peculiar. Digamos que es un humano que un día, repentinamente, se convirtió en panda. Así como Peter Parker se transformó en el famoso Spiderman después de que le picara una araña que había sido sometida a experimentos radioactivos, de forma parecida Lalo López se transformó en panda cuando, de la noche a la mañana, se enteró que estaba en peligro de extinción.

Pero, extrañamente, Lalo no se volvió famoso por haberse convertido en panda, sino más bien gracias a los experimentos radioactivos a los que se sometió y que casi dos años después lo tienen aquí vivito y coleando a pesar de que en aquél momento el diagnóstico de los doctores no era precisamente prometedor. Tomó, entiendo, elixires de esperanza, chochos de confianza, comió —por supuesto— bambúes, le inyectaron ánimos, quimios y de todo un poco, no para sobrevivir, sino para súper vivir el tiempo que le conceda el Panda Mayor. Lean su blog, Diario de un Guerrero, para que conozcan bien su historia, que luego a mí me gusta inventar muchos cuentos.

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Tras su largo maratón de supervivencia, Lalo decidió, entre otras cosas, ayudar a través del Pandatón a personas con cáncer que no tienen los recursos materiales y personales suficientes para sobrepasar su dura prueba. El ingreso por las cuotas de inscripción de los corredores va directo a esa causa, lo mismo que el dinero que inviertan los padrinos de los corredores. Yo voy a correr por “Aquí nadie se rinde (ayudando a niños con cáncer)” y quien quiera puede apadrinarme y donar lo que deseen bajo esa misma intención. Les dejo el link con los datos: #PandaFJKoloffon

Lalo dice que a todos nos toca luchar por algo y yo digo que cada quien corre su propio maratón. Yo estoy corriendo el mío y tampoco pienso rendirme, la vida es una carrera de resistencia y fuerza y para soportar los embates del cansancio y atravesar los muros, la amenazadora pared, es necesario prepararse, fortalecer las piernas, el espíritu y sacudirse el miedo, pero sobre todo tener la voluntad, el deseo y visualizarse cruzando la meta, festejando, sonriendo, llorando de emoción con el corazón latiendo fuerte.

Hace un par de semanas, cuando mi entrenador me vio correr por primera vez para examinarme, me preguntó que si de verdad siempre había corrido así. No sé qué quiso decir —tal vez que corro como un panda—, pero me dejó ver que voy desconectado, que mi tronco y brazos no van en sincronía con mis piernas. Y de pronto siento que sucede lo mismo con el corazón y la cabeza.

—Conéctalos —me insistió—, vas a ver la diferencia cuando uno corre conectado y con un objetivo fijo en la cabeza.
—Yo tengo muy claro cómo no quiero acabar.
—Ahora imagina cómo sí.

Así que voy al Pandatón a seguir entrenando para esos largos 42 kilómetros que en realidad son 42 centímetros, de la mente al corazón, porque quien conquista esa distancia puede considerarse el triunfador de la maratón de la vida, en la que lo mejor que te puede suceder es disfrutar el trayecto y terminarlo bien, contento, para poder, así, celebrar el final, que tarde o temprano llega. Lo bueno es que el domingo únicamente son 28 y en asfalto, porque al principio creí que serían sobre arena.
—¡Cómo crees! —me respondió Lalo—, “si somos pandas, no caballos”,
Va por esos niños que corren su propia carrera, va por mí, por mi familia, por todos quienes luchan por algo, por los que corren su muy personal maratón y va por todas las especies en peligro de extinción para que todos y cada uno, el tiempo que nos quede, súper vivamos.


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